"En el solsticio de invierno, para celebrar el inminente triunfo del sol sobre las tinieblas, los dioses volvieron a reunirse en el Olimpo con la intención de exhibir sus renovadas energías. Allí estaban Zeus, Hera, Poseidón, Ares, Hermes, Hefesto, Afrodita, Atenea, Apolo y Artemisa. También acudieron Saturno, Marte, Júpiter, Jano y Vesta. No faltaron Lugo, Dana, Dagda y Balar, ni Mórrígan, ni Brigid, y junto a ellos ocuparon su lugar los Aesir y las Asynjur, los Vanir y los Jotun, Huitzlopochtli, Coatlicue, Tláloc, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, así como Cucumatz, Huracán y Tepeu, Zoroastro, Ormuz y Ahrimán.
Para algunos, había perdido la fuerza de otros tiempos; para otros, el peso de los siglos había menguado su gracia e inventiva de antes. De pronto, escucharon un gemido casi imperceptible. Girando la vista desde la altura en la que se encontraban, vieron en la lejanía a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Zeus, sonriendo en recuerdo de su viejo amigo, anunció que el empate ya no era tal, que jamás había visto proeza divina semejante y que la negrura de la vida estaba ya derrotada y para siempre."
Carlos Álvarez Teijeiro
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