El sábado pasado, volé de Bs. As. a Alicante, España, con escala en Madrid. Viajamos con mi amiga, la profesora Marta Martín Llaguno de la Universidad de Alicante, con la cual estamos a punto de finalizar una investigación sobre el rol de la mujer en las agencias de publicidad (estudio comparado entre Argentina y España).
Pues bien, luego de cruzar el océano Atlántico, bajamos en el Aeropuerto de Barajas y comenzamos la peripecia de llegar de una punta a la otra en 30 minutos para no perder la combinación con Alicante. Quién haya estado en el "nuevo" Barajas y en la terminal "4" sabe lo que significa combinar un vuelo internacional con uno local. El tiempo es escaso, las distancias enormes y hay que sortear las vallas de, primero Migraciones, y luego en un segundo tramo "los rayos X" de la inspección de Aduanas (y sacarse hasta el cinturón para pasar por el control). Claro que, si uno es "extra-comunitario", las peripecias son mayores porque se tarda más (hay menos ventanillas de atención y caras más serias para los "sudacas").
Pues bien, luego se debe correr por interminables salones (que son todos iguales y por eso la percepción es que nunca se avanza, un verdadero "no-lugar" como diría Augé), subir y bajar escaleras mecánicas, viajar en un subterráneo sin chofer, encontrar el vuelo en un tablero que muestra una lista interminable de líneas aéreas y localidades de España; que combina letras con números como en esas sopas que nos daba Mamá cuando éramos chicos.
Eramos como 14 personas todas corriendo para alcanzar el mismo avión. Divertido, ya que era un grupo digno de la Babel bíblica: argentinos, españoles, ingleses, alemanes, etc. todos corriendo por esos salones interminables para llegar, sino a ver a Dios al menos a Alicante.
Ya transpirados y jadeantes llegamos a la puerta del avión -que nos estaba esperando- y, a Dios gracias, volamos a Alicante aparentemente aliviados. Llegamos cerca de las 17 horas, pero la sorpresa vino después de aterrizar, cuando luego de muchas vueltas de la cinta transportadora, que a uno ya lo marea de tanto girar y ver maletas (y vieron que siempre hay una que pasa y pasa y nadie recoge y todos sospechamos que contiene algo extraño), atónitos descubrimos que nuestras "maletas" nunca salieron de la terminal 4 de Barajas...
El grupo, que ya era un equipo compacto, se juntó frente a una ventanilla en la que una pobre empleada de Iberia (a la que por cierto le faltaban algunos jugadores), atendía el reclamo uno a uno. Como es obvio en estos casos, la mujer no tenía ni la más remota idea de donde estaban nuestras maletas. Y lo que es peor, tampoco sabía cuándo llegarían. Mi amiga Marta se la quería comer, uno, porque ya está más curtido en el maltrato al cliente, trataba de calmarla y de poner paños fríos.
Para no hacerlo tan largo, las maletas fueron llegando en los vuelos posteriores, unas en el de las 19, otras en el de las 21, las demás en el de las 22.40. Increíble. La mía llegó a las 21 pero la de Marta (¡aguante la Ley de Murphy!) a las 22.40, es decir que recien a las 23 nos pudimos ir del aeropuerto. Seis horas extras, y nosotros nos quejamos de Aerolíneas Argentinas y el maltrato al cliente en la Argentina.
Por suerte, en plena Comunidad Europea uno encuentra estas perlas de pésima atención y desprecio por el cliente. Que se yo, dirán que mal de muchos consuelo de tontos, pero a veces es gratificante pensar que en Europa también ocurren estas cosas.
Ah, y por favor la próxima vuele en LAN!
2 comentarios:
Hola Fede,
Entiendo tu enfado, pero hay que distribuir las culpas: ni el diseño del aeropuerto, ni la gestión de maletas se deben atribuir a Iberia, sino a AENA.
Un abrazo.
Hola José Luis, pues seguramente tienes razón, las culpas son de muchos. Igualmente te cuento que lo pasé en grande tanto en Alicante como en Madrid (qué bonito está Madrid por cierto). Abrazo,
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